El secreto de la fantasía
Por Cristián Londoño Proaño
En los relatos, las novelas, las películas o los cómics de fantasía hay tres características que son la columna vertebral del género. No se podría entender la fantasía sin estas características, porque sino existieran, se perdería su propia esencia. ¿Cuáles son esas características que un escritor de fantasía debe tener en cuenta cuando escribe su obra?
En primer lugar, hay que considerar que toda novela de fantasía -y de ciencia ficción- plantea un reto al lector. El reto de explorar un nuevo mundo (o universo) que apenas se atisba su magnitud y que resulta extaño. Por lo tanto, todo escritor de fantasía debe desarrollar su historia en un mundo extraño, pero no tan distinto al que vivimos. Quizás puede parecer una contradicción, pero es necesario, para que el lector no lo «sienta» ni lo «vea» lejano. Sólo con esta premisa, el lector puede sentirse a gusto y prepararse para explorar ese nuevo mundo. Por ejemplo, en las novelas de JK Rowling, las escobas vuelan y las cartas mágicas habla, pero se ambientan las novelas en un Londres muy similar a la realidad. Por eso, aceptamos explorar el mundo de Harry Potter.
Un ejemplo práctica. Cuando escribí mis novelas de fantasía andina «El Instinto de la Luz» o «El Tiempo muerto» creé un pueblo localizado en la Cordillera de los Andes, rodeado de bosques y montañas, cercano de una ciudad ecuatoriana llamada Otavalo. Otavalo es una ciudad que alberga al pueblo Otavalo, una importante comunidad indígena ecuatoriana, que incluso tiene renombre internacional, y que tiene mucha riqueza cultural. Pero, en los bosques aledaños al pueblo en que sucede la historia rondan las criaturas de Uku Pacha (el mundo de abajo) que atacan a los pobladores. Pero el lector lo acepta, porque las novelas se ambientan en un pueblo de similares características que puede existir en cualquier región del mundo.
En segundo lugar, el escritor de fantasía debe establecer un conjunto de reglas «naturales», que las devela al principio. Digo, «naturales» porque estas reglas son naturales a su relato, no respetan las leyes físicas que nos gobiernan. Sólo son válidas dentro del mundo extraño, y para ese mundo, le serán «naturales». Por otro lado, el escritor no debe romper jamás esas reglas, aunque puedan evolucionar y ponerse a prueba. El escritor debe sostener estas reglas a lo largo de la trama. Es un principio que debe honrarlo. Hay que considerar que este esquema de reglas se encuentra en muchos mitos, leyendas e historias ancestrales. Esta es una de las razones porque la fantasía nos atrae y la sentimos cercana a nuestra alma y nuestras creencias.
Por ejemplo, si un escritor crea una historia donde un personaje puede tener magia, siempre y cuando, alguien le ame. Nótese que dije «siempre y cuando», dos reglas que el escritor lo debe mantener durante todas las páginas del relato. Si el personaje está en un momento apremiante y nadie lo ha amado, pues lastimosamente no puede utilizar magia y podría morirse. Como en todo juego, las reglas deben cumplirse para no ser penalizado.
Otro ejemplo, la novela corta «El alma del emperador» de Brandon Sanderson, escritor norteamericano que ha revitalizado la fantasía anglosajona, cuenta la historia de Shai, una maga falsificadora que es atrapada por las autoridades del reino y condenada a muerte por sus actos. Ser falsificadora es falsear la realidad, mediante un complejo entramado de sellos mágicos. Aquí Brandon Sanderson planeta el esquema de reglas y no las quiebra a lo largo del relato. Luego, Shai es puesta a prueba, las autoridades le dan una oportunidad para que viva: debe falsificar el alma del emperador. El emperador está en estado catatónico luego de un atentado y el pueblo no debe saberlo. Aquí Sanderson pone a prueba su esquema de reglas y las hace evolucionar. Al final del relato, la maga falsificadora supera la prueba.
Un ejemplo práctico. Cuando escribí mis novelas de fantasía andina «El tiempo muerto» y «El instinto de la luz» construí el personaje Awi, el aprendiz de chamán, con la capacidad de viajar a otros mundos. El joven apreniz puede viajar a Jahua Pacha, el mundo de arriba, que es el mundo de los ancestros y los espíritus; o puede hacerlo a Uku Pacha, el mundo de abajo, que es el mundo de las criaturas y los monstruos andinos. Aquí establecí la regla básica que la defiendo a costa de toda, aunque mi personaje, no esté excento de arriesgar su vida.
Pero, ¿qué sucede si el escritor rompe las reglas, no respeta el principio? Primero, si consideramos que el escritor establece un pacto con el lector donde en las primeras páginas estableció un trato, de acuerdo a ciertas reglas, en el momento en que las rompe, el lector se siente estafado, que el escritor no «jugó limpio». Esto trae consigo que el relato, novela o película de fantasía se vuelva inverosímil, falsa. Al respecto, Orson Scott Card en su libro «Como escribir ciencia ficción y fantasía» dice: «la magia debe ser definida, al menos en la mente del autor, como un completo juego de leyes naturales que no pueden violarse en el transcurso de la historia». La reconocida escritora Ursula Le Guin considera que en los relatos y novelas de fantasía debe primar la coherencia. Esto que la autora llama coherencia es el respeto a las reglas que el propio escritor pactó en las primeras páginas de su obra.
La tercera característica son los personajes que habitan las obras de fantasía. El escritor debe lograr construir personajes memorables que sientan y vivan ese mundo extraño y sean el reflejo de la condición humana. Los personajes son el guía del lector. Sólo, a través de la vivencia de los personajes, podremos sentirnos inmersos en el mundo diseñado por el escritor. Por ejemplo, JK Rowling construyó un personaje entranable con Harry Potter. Shai es un personaje fuerte y de mucha empatía en la novela de Sanderson.
La fantasía se sostiene en tres características: la construcción de mundos extraños, la establecimiento de un conjunto de leyes naturales para el relato y la construcción de personajes memorables. Esto contribuye a mantener la magia y la sensación de maravillarnos.